CINTARAZOS
Por Guillermo Cinta Flores
Lunes 22 de mayo de 2023
A propósito del actual proceso histórico que está viviendo México, con un gobierno semejante a los de la mejor época del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el poder absoluto, sin contrapesos, recomiendo el libro titulado Del Fascismo al Populismo en la Historia, del politólogo e historiador argentino Federico Finchelstein (Penguin Random Grupo Editorial, 2018), donde leemos lo siguiente (página 189):
“Qué es la dictadura moderna? ¿En que se diferencia de la tiranía y el despotismo (categorías usadas para designar formas de poder ilegítimas ejercidas a través de la represión y la violencia en contextos previos al surgimiento y la consolidación de la democracia moderna) y por qué esta distinción de la historia conceptual es tan importante para la comprensión histórica del populismo? Para decirlo sencillamente, la dictadura moderna es una forma de gobernar la nación que combina violencia y consentimiento popular con un dictador que gobierna en nombre del pueblo, aunque en la práctica su dictum está más allá de las leyes y los mecanismos institucionales (…) Las dictaduras modernas preservan algunos mecanismos legales, pero la voluntad de los dictadores puede desbancarlos en cualquier momento”.
A diferencia de las tiranías clásicas, agrega Finchelstein, la dictadura moderna es un sistema ideológico que encierra promesas absolutas de “transición” hacia otro orden nuevo. En otras palabras: representa una alternativa clara a la democracia institucional. De esta concepción filosófica se desprende aquello de “que no me vengan con aquello de que la ley es la ley” y “al diablo las instituciones”. Ejemplo evidente es el actual ataque a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), institución a la que las huestes de la denominada Cuarta Transformación quieren derrumbar. Un día sí y otro también se ataca a la ministra presidenta Norma Lucía Piña Hernández. Y es que la SCJN es el órgano más importante de control constitucional frente a los anhelos autoritarios (¿totalitarios?) del gobierno. Los golpes diarios a la Corte tienen como propósito destruirla. El gobierno no acepta ni tolera los contrapesos.
Es en este delicado momento de ataque a las instituciones nacionales, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador proyecta tener síntomas de lo que en psicología y psiquiatría se conoce como “disociación afectiva”. Con una frecuencia que día a día se multiplica, es perceptible la desconexión entre sus pensamientos, sus emociones, sus recuerdos y su propia identidad. Ello es común en personas que han sufrido traumas psicológicos de diversos tipos. La persona vive el mundo como si no fuera real, como si fuera un sueño. Tiene una sensación de confusión porque se siente torpe a la hora de distinguir si lo que está viviendo realmente está pasando ahora mismo. Percibe el mundo de manera distorsionada y distante sin poder remediarlo.
La pregunta que inevitablemente nos surge es la siguiente: ¿No será que, a estas alturas de su gobierno, firmes creencias y la realidad que a diario vive en Palacio Nacional, AMLO se siente ya un iluminado, tal como les ha ocurrido a decenas de líderes populistas y a tiranos muy bien identificados por la historia?
Sin embargo, no es lo mismo sentirse que estar iluminado. Connotados sabios, a lo largo de la historia, han señalado los peligros del camino espiritual y especialmente el riesgo de la soberbia. Las personas más avanzadas en este camino previenen siempre para evitar caer en este peligro.
Soberbia es pretender que uno mismo es quien sabe y/o determina el grado de su “iluminación”.
¿Podría una persona así estar fuera de la realidad? La respuesta es un contundente SÍ.
Existen cuatro perspectivas posibles desde las cuales conocer la realidad:
La primera de ellas es la dimensión subjetiva individual, lo que alguien tiene en su interior y que sólo puede ver él mismo.
En esta fase subjetiva individual, la persona se sentirá de una forma especial, diferente a la habitual. También se sentiría bien internamente, con equilibrio, paz, armonía, salvo si sufre algún periodo de crisis naturales en este proceso de despertar. Sin embargo, si se siente malhumorado, irritable, es cínico o desprecia a muchas personas, dicha iluminación no es real… A esto se le puede llamar egocentrismo, narcisismo o incluso megalomanía; es decir, una condición psicopatológica caracterizada por fantasías delirantes de poder, relevancia, omnipotencia y por una henchida autoestima, sentirse especial a los demás, pero nada de esto se da precisamente en las personas iluminadas de verdad.
La segunda es la dimensión objetiva individual, que es observable por cualquiera, desde el exterior, donde la verdad debe predominar. En esta fase cualquier observador imparcial comprobará que el supuesto iluminado tiene una actitud nueva, más positiva y realista ante la realidad. Esta fase la reprueba López Obrador.
La tercera es la dimensión subjetivo colectiva externa, la cual se ve desde dentro por sus miembros. Las relaciones del supuesto iluminado tendrían que ser armónicas con las personas, no de dominación, manipulación, ni sumisión. Se supone también que es alguien incapaz de generar sufrimiento y/o malestar en otros y tiene actitudes leales, adecuadas y empáticas ante sus semejantes. A leguas se nota el temor que los miembros de su gabinete le tienen a López Obrador. Su palabra es la ley y no hay pero que valga.
Y la cuarta es la dimensión exterior objetiva, la que se ve desde fuera, en un grupo y por parte de cualquier observador. ¿Es alguien que tiene la capacidad de reinventarse en su vida? ¿Es alguien que sabe manejarse con las finanzas y en el mundo material? ¿Sabe compartir? ¿Es generoso o es represivo?
Lo que a diario vemos en las conferencias de prensa mañaneras son juicios y constantes opiniones negativas, comentarios destructivos, mentiras, falta de ética, temores y comportamientos que motivan y traen consigo emociones destructivas, como la agitación y la ira. La práctica impecable de la veracidad incita a la práctica de la ética, requiere un conocimiento preciso del lenguaje y la motivación, realza la percepción clara y la memoria de los acontecimientos, que de otra forma la mentira distorsionaría. También libera la mente de la culpabilidad y del temor de ser descubierta y por consiguiente hace que disminuya la agitación y la preocupación.
Me parece, pues, que AMLO no es ningún iluminado. Sí es un presidente autoritario.