Perspectiva
Por Marcos Pineda*
12/10/2018
Una de las prácticas demagógicas más utilizadas en los gobiernos, con las que las cúpulas del poder han logrado mantener el statu quo y con él las prebendas y privilegios reservados para quienes tejen los hilos del poder y algunos cuantos de sus operadores políticos, es la de “cambiarlo todo, para que nada cambie”. Popular y coloquialmente a eso se le conoce como “dar atole con el dedo”.
¿Cómo sabemos si nos quieren “dar atole con el dedo”? Al principio de los cambios en las administraciones gubernamentales resulta difícil darse cuenta, sólo algunas señales parecen perfilar que así será. El pueblo gobernado está tan ansioso de ver mejorada su situación personal, familiar o colectiva que ofrece su confianza, simpatía y aprobación a todo aquello que les suene a cambio auténtico. Y el momento de la decepción va llegando poco a poco.
Tal como se van percatando de que de los cambios prometidos, llevados a cabo o no en su totalidad, no tienen efectos en su vida diaria, cotidiana, no se reflejan en su calidad de vida, en sus bolsillos, en las condiciones en que desarrollan sus actividades regulares y en sus perspectivas de futuro y el de sus seres queridos… y que los miembros de las cúpulas del poder siguen teniendo privilegios, enriqueciéndose a manos llenas, ostentando un poder humillante para las clases trabajadoras y defraudando la confianza de los ciudadanos, es cuando vienen frases como “todos son iguales”, “no hay a quien irle” y demás.
Ejemplos de ello, en México y en Morelos, los tenemos de sobra. A nivel nacional están la mismísima Revolución Mexicana de 1910, la Reforma Política de 1976, la fracasada Reforma Democrática del Estado de Ernesto Zedillo Ponce de León, el cambio tan prometido por los panistas encabezados por Vicente Fox y de manera reciente los incipientes resultados de Enrique Peña Nieto y sus reformas estructurales. En Morelos contamos con las grandes hazañas y el legado político de Lauro Ortega, las promesas de Sergio Estrada y su legión extranjera, así como, de manera antonomástica, el viraje ¿a la izquierda? de Graco Ramírez, sin duda el más criticado de todos. Claro que hay más, pero estos son los icónicos.
No quiero decir que no haya habido avances, progreso y cambio. Claro que los ha habido y en muchos sentidos son plausibles. Sin embargo, esos cambios no han sido suficientes para lograr los objetivos de fondo, lo que espera, necesita y ansía el pueblo. Pero claro que sí han servido para continuar repartiéndose trozos inmensos de pastel entre las cúpulas del poder, para crear y amasar fortunas, en algunos casos, de al menos dudosa procedencia y, en otros, producto de una cínica y desvergonzada corrupción.
Esta larga introducción es para dejar muy clara la pregunta y el reto que encaran las nuevas administraciones, la federal de López Obrador y local de Cuauhtémoc Blanco. ¿Seremos los mexicanos y los morelenses beneficiarios de, para usar el lenguaje de AMLO, las transformaciones que proponen o seguirá siendo el uso de la estrategia de cambiarlo todo para que nada cambie, perpetuándose así la depauperación de las clases trabajadoras en beneficio sólo de las mafias del poder, también con el lenguaje de AMLO? El reto, el gran reto para ambos gobernantes, será que en esta ocasión demuestren que es posible una transformación auténtica y de fondo, para beneficio del pueblo y no de las cúpulas políticas y empresariales.
Para iniciados
Todavía no completa una quincena la nueva administración en Morelos, ahora responsabilidad de Cuauhtémoc Blanco, y ya se atestiguan actos de soberbia, contubernio, nepotismo y despotismo entre los recién ungidos, que están afectando a quienes o no forman parte de sus leales allegados o bien contra quienes simplemente trabajadores que han quedado sin protección al irse los funcionarios con quienes trabajaban. Vamos a darle puntual seguimiento a estos casos y a documentarlos debidamente, para exhibirlos en los espacios de difusión que están a nuestro alcance y no se permita que la opacidad y menos la impunidad prevalezcan.